miércoles, 23 de diciembre de 2009

Fotos de Sabina

A petición pupular, algunas fotos de mi Pavlova Sabinowsky.





















domingo, 20 de diciembre de 2009

sabina: mi ángel





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y dile que la echo de menos,
cuando aprieta el frío,
cuando nada es mío,
cuando el mundo es sórdido y ajeno,
que no se te olvide,
es de esas que dan
siempre un poco más
que todo... y nada piden.
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Joaquín Sabina.
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Hola. Nuevamente estoy aquí, tomando el blog de mi papá para comunicarme. Como la gran mayoría sabe, estoy en casa con mis papás, nenes y bichitos desde hace poco más de dos semanas. Una disculpa para aquellos que no lo sabían aún; han sido días muy ajetreados en los que no he querido escribir sino disfrutar cada instante de la compañía de mis papás. Podría contar muchas cosas que me han pasado estos días, no me alcanzaría la vida para contarlas: la salida del hospital, mi viaje en el coche de mi abuelo Chava hasta San Juan del Río, el desconcierto de los perros por mi llegada, la necedad de los bichitos, la ropa que me queda grande, mis aretes nuevos, la inmensa alegría que tengo por estarme alimentando todos los días de mi mamá, la torpeza de mi papá para bañarme, las calabaceadas que le he echado a mi mamá cuando me cambia el pañal (¡ja, ja, já!), las visitas con mi doctora, el himno deportivo de la UNAM que mi papá me canta para dormir, mis ejercicios de estimulación temprana, todas las personas que han venido a verme (¡y todas las que faltan!), ¡uf!...
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Quiero contar un poco sobre mi relación con la Pupa. A ella la conocí desde el momento en que estaba en la pancita de mi mamá. Muchos de los que leen esto, saben la importancia que Pupa tiene en la vida de mis papás. Simplemente, ellos no estarían juntos y yo no hubiese nacido si no fuera por ella. Mi mamá me contó que hace siete años la encontraron en la carretera, saliendo de Aguascalientes rumbo al Distrito Federal; si mis papás no hubiesen pasado por allí en ese preciso instante, la habrían atropellado. Estaba muy chiquita, como yo. El hecho de que Pupa llegara a la vida de mis papás aceleró todo para que dos semanas después ellos decidieran empezar a vivir juntos en Cuajimalpa. Pasados algunos meses, las cosas entre ellos parecían no funcionar y se separaron. Sin embargo, mantuvieron contacto gracias a la Pupa; mi papá iba por ella todos los domingos para llevarla a pasear, ese había sido uno de los acuerdos de la separación. En una de esas visitas, mis papás se reconciliaron... ¡Y aquí estoy!
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A la casa de Cuajimalpa llegaron, además de Pupa, los gatos de mi mamá, Bichito y Bichita. Desde entonces, poco a poco la familia creció; unos se iban mientras que otros llegaban. Salomón y Bichita ya no están porque decidieron adelantarse en el camino pero llegarían Galatea, Chapis, Ángela, Andrés Manuel, Lucas y Mateo. Pupa también conoció a Spencer, un perro al que mi papá, mi tía Fer y mis abuelos quisieron muchísimo. Él murió de viejito hace cinco años.
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De todos los perros y gatos, Pupa fue la más sensible a mi llegada. Desde que estaba en la pancita de mi mamá escuchaba sus pucheros porque quería que le hicieran más caricias de las acostumbradas. Mis papás le explicaban que allí estaba yo y que pronto llegaría (¡y vaya que llegué pronto!). Pupa se les quedaba viendo, movía su cabecita, hacía pucheros y daba la manita. Desde allí formamos un vínculo muy fuerte e hicimos una especie de pacto.
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Vendrían muchos cambios. Cuando nací, Pupa dejó de ver a mi mamá durante más de un mes, mientras yo estaba luchando por vivir. Hasta mi incubadora en el Distrito Federal llegaba la energía de Pupa alentándome para que le echara ganas. Pupa, los otros perros y los gatos se sentían desconcertados, ¿dónde está mamá? ¿por qué mi papá está sólo? ¿por qué se duerme llorando? ¿por qué ya no nos dejan entrar a la recámara?...
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Cuando llegué todos se desconcertaron pero, otra vez, Pupa fue la más sensible. Desde el primer día, ella se echó en la puerta de la recámara, cuidándonos a mi y a mis papás. Al llorar yo, ella tembién daba unos pequeños sollozos y aullidos... Nos estábamos comunicando. Ella quería estar conmigo siempre para cuidarme, pero sabía que eso sería muy difícil.
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Hace un par de días se puso un poco malita, andaba más chilloncita de lo normal y mis papás la dejaron dormir en la recámara con nosotros. Me dijo que ya había encontrado una forma para cuidarme mejor, lo había decidido varios meses antes pero no me lo había querido decir. Anoche mi papá la llevó a San Gil con Ofelia; estaba su esposo Ricardo, también veterinario; ambos son maravillosos seres humanos.
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Pupa decidió que la mejor forma de estar siempre conmigo era convirtiéndose en mi ángel guardián. El cáncer ya tenía destrozados su hígado y sus riñones, desde las once y media está con Spencer, con Salomón y con la Bichita. Hace apenas dos días todavía fue a correr al río con mi papá y sus hermanos, estaba llena de vida.
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Ofelia le dijo a mi papá que la gente del campo afirma que los perros quieren tanto a sus amos, que dan la vida por ellos. Mientras yo luchaba por vivir, sé que muchas personas en sus oraciones le pedían a Dios que tomara sus vidas a cambio de la mía. Indudablemente que Pupa pidió lo mismo.
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Adiós Pupa, mi ángel guardián.