jueves, 3 de junio de 2010

Sabina: El otro Borges.



Estoy en la guardería, me he hecho muy amiga de la secretaria y me ha prestado su computadora para escribir. Ayer estuve con mi papá en la tarde. Fuimos al centro y me llevaba en la cangurera; íbamos muy contentos los dos. Compramos algunas cosas en la farmacia y después entramos a una librería; no compramos nada, sólo andábamos de mirones. Regresando a casa, me dio de comer, me chuté seis onzas de fórmula en mi mamila. Ya tenía hambre de tanto caminar.
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Como no me dormí, se puso a jugar conmigo y luego tomó un libro de cuentos de Borges (o “Borgues”, como diría nuestro gran intelectual Vicente Fox) y me leyó “El otro”. ¡Pero que pedazo de escritor ese Ché Borges! ¿Cómo puede un tipo ser tan genial?
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Resulta que en “El otro” Borges ya viejo se encuentra con un Borges joven y ambos sostienen un maravilloso diálogo en el que se cuentan sus vidas (aunque evidentemente Borges viejo sabe casi todo lo que sabe Borges joven). Sin embargo, el joven logra meter al viejo en muchos aprietos, como cuándo le pregunta: “Si en realidad usted es quién dice ser, ¿cómo es que no recuerda haber tenido esta conversación cuando tenía veinte años?... ” Parece algo simple pero se trata de una genial paradoja, digna de Borges. Pensar en ese encuentro me enchinó la piel. ¡Hay nanita!
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Borges viejo se da cuenta que en realidad Borges joven no es capaz de reconocerlo porque, aunque sí se trata del mismo ser humano, para el Borges joven, un viejo, aunque sea él mismo, es una persona diferente. ¡Qué lío generacional! ¿Habrá leído Ortega y Gasset a Borges, a propósito de este lío generacional? En efecto, con el tiempo, nos volvemos personas diferentes, no sólo es nuestra apariencia, la vida nos hace ser otros.
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“El otro” me hizo preguntarme a mí misma que pasará conmigo dentro de dos, cinco, diez, veinte, cincuenta años… ¿Cuántas otras Sabinas habrá en ese camino? ¿Qué pasaría si ahorita llegara una Sabina de sesenta años y me cargara? ¿Se reconocería a sí misma? ¿La reconocería yo? Yo creo que no. En algún momento del cuento, los Borges sostienen un diálogo sobre los sueños, una clara influencia cartesiana en el maestro. Al final, justo esa es la coartada del Borges viejo, él justifica el olvido de haber tenido ese diálogo a los veinte años porque habría sido tan impactante que el joven lo tomó por un sueño, de tal forma que fuese más fácil olvidarlo. ¿Será eso posible? ¿Seremos capaces de borrar de nuestras mentes aquellos sucesos tan impactantes? Yo todavía no olvido los treinta y cuatro días que estuve en hospitales después de nacer; quizá algún día lo logre aunque no sé si en realidad lo quisiera olvidar. Mi papá me dijo que hay cosas que él preferiría olvidar pero que no es tan fácil; intentará hacerlo al estilo de Borges, pensar que eran sueños para archivarlos donde habita el olvido, como diría mi tocayo Joaquín Sabina.
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En fin, que ojalá alguien que haya leído esto se anime a leer (o a releer) al maestro Borges y viajar con el otro. El cuento se puede bajar de internet pero siempre será más placentero leerlo en un libro.
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Adiós.

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