lunes, 3 de agosto de 2009

Cuento: La vaca y el manjuarí


Después de muchos años de búsqueda, al fin tengo en mis manos el diario de mi abuelo, mismo que pongo a disposición de cualquiera que lo desee consultar. Empezaré contando un poco sobre mi propia persona. Nací hace veintiocho años; soy la única mujer de una familia compuesta por ocho hermanos. Por varias generaciones, mi familia ha sobrevivido de la pesca y del campo.

Es importante hacer algunas precisiones para la mejor de lo que voy a contar. En el lugar donde nací existe un pez que se llama manjuarí, se trata de uno de los peces más primitivos del mundo. Se calcula que su antigüedad es de unos doscientos setenta millones de años; se le encuentra en la Ciénega de Zapata a unos cuarenta kilómetros de mi ciudad natal, Colón. Otra cosa que debo decir es que, como en muchos otros lugares, tenemos creencias particulares acerca de la vida y la muerte; una de ellas, es que los muertos regresan sobre el hombro de las vacas a finiquitar aquellos asuntos que dejaron pendientes en el mundo. Adicionalmente, en mi familia siempre se ha dicho que los hombres regresan sentados del lado derecho de la vaca y en el izquierdo si se trata de una mujer.

Uno de los miembros de mi familia, mi abuelo paterno, fue uno de los ochenta y dos barbudos que llegaron a bordo del Granma a la punta llamada Los Cayuelos, cerca de la Playa de las Coloradas, el 2 de diciembre de 1956, dando así inicio a uno de los movimientos revolucionarios más importantes de Latinoamérica. Poseo varias fotografías que he ido coleccionando a lo largo del tiempo en donde aparece mi abuelo acompañado por el Ché Guevara, Fidel Castro, Juan Almeida o Camilo Cienfuegos, entre otros.

En la página 456 del Tomo IX de la Historia de las Revoluciones Latinoamericanas, editada en Brasil en 1987, se describe con detalle la travesía del yate Granma desde las costas mexicanas de Veracruz hasta el desembarco en Cayuelos. A continuación, reproduzco textualmente un extracto referente a la travesía del Granma (la traducción del portugués al español no es la mejor):

El 1 de diciembre, luego de la media noche, uno de los combatientes trataba de localizar el faro de Cabo Cruz. Roberto Roque, el piloto, sube al techo del puente para tratar de divisar la luz del faro. Se sujeta al estay, pero de un bandazo del buque provocado por la mar de leva, Roque cae al mar. De inmediato comienza la búsqueda del tripulante en medio de la más completa oscuridad. Más de media hora durante la angustia, sin más orientación que un débil grito ocasional del hombre que, de completo uniforme lucha tenazmente por sostenerse sobre las olas. A bordo del Granma las esperanzas de rescatar al compañero accidentado se van desvaneciendo al dejar de escuchar los gritos de Roque.
-¿Pero este hombre se va a quedar aquí?- dice Fidel -. ¡No se puede perder este hombre! ¡No podemos perder un hombre, de ninguna manera! Y volviendo al capitán de la nave, Onelio Pino, pregunta:
-¿Qué rumbo traíamos? Navega un poco en esa dirección y vira luego exactamente en la dirección contraria.
Así se realiza la maniobra. Al subir en una ola, Roque ve como el buque avanza directamente hacia él. Ya próximo tiene que zambullirse y apartarse. Nada y se aproxima lo más posible que le permite la marejada. La oscuridad es total en la noche sin luna. “Pichirilo” – el expedicionario dominicano Ramón Mejía del Castillo -, enciende una linterna en la proa. Roque nada hasta alcanzar un cabo suelto.
La alegría a bordo es incontenible.

Puede verificarse esta anécdota en cualquiera de las múltiples crónicas que existen de lo sucedido a bordo del Granma durante aquellos días. Palabras más, palabras menos, todas ellas dicen lo mismo.

Hasta el momento, no he hecho más que proporcionar algunos antecedentes que permitan la mejor comprensión de la asombrosa forma en que mi abuelo, Roberto Roque, el heroico piloto del Granma, pudo cumplir la misión que se había propuesto. Lo que sucedió nunca fue contado a nadie, mi abuelo únicamente lo escribió en su diario personal, el cual, como dije al inicio, pude recuperar después de muchos años. Transcribo a continuación el texto fechado el 3 de diciembre de 1956. Las primeras líneas son completamente borrosas, reproduzco únicamente la parte legible:

“… una oscuridad total, no escuchaba nada más que el oleaje y el suave murmullo de lo que suponía eran algunas aves en su cacería nocturna. Pensé en una inminente muerte, era sabido que en aquella zona no era raro encontrar tiburones. No temía la muerte en sí, sólo que no deseaba que fuera de esa forma, en el mar, ahogado o devorado por los tiburones. Si había de morir, quería que fuera en combate, luchando por la Revolución, por la liberación de mi país del tirano de Batista. A lo lejos, pude divisar una tenue luz, supuse que se trataba de la cabina del Granma; éste se alejaba, la luz era cada vez menos visible, estaba cansado de mantenerme a flote y de gritar desesperadamente. Estaba realmente angustiado; pasaron por mi mente una vorágine de recuerdos: mi infancia en Colón, mis padres, Imelda, los años difíciles, los círculos clandestinos de estudio, la despedida de mis hijos y mi mujer para seguir a Castro, el asalto a la Moncada, los años de cárcel, la liberación, los planes, el viaje a México, las largas caminatas de entrenamiento, la adquisición del Granma, el embarque, la salida de Tuxpan, la búsqueda del faro, la caída al agua… Allí estaba yo, completamente a la deriva, inmerso en las gélidas aguas. Sentí de pronto un súbito jalón en mi pierna izquierda, sus colmillos penetraban y desgarraban mi carne, sentí como eran triturados mis huesos; un fuego abrazador recorrió todo mi cuerpo. Era el fin, me iba, lo sentí con claridad. En un instante estaba allí, con su esbelto cuerpo; era un manjuarí, no por nada era un pez tan viejo, había guiado a los muertos desde el principio de los tiempos. Me encontraba en el mar, completamente sumergido; pero no había oscuridad sino todo lo contrario. Una refulgente luz me permitía ver a todas las criaturas del mar. Iba montado sobre el manjuarí, podía ver su cuerpo cilíndrico y alargado semejante al de un reptil; abría la boca constantemente y podía ver sus tres filas de dientes pequeños, agudos, probablemente similares a los del tiburón que me había matado. Gracias a su largo cuerpo y a esa agilidad que seguramente le había permitido sobrevivir durante millones de años, escapando de sus depredadores, nos movíamos a través del agua a gran velocidad. Gocé mucho el viaje, ignoro cuanto habrá durado; de cualquier modo, el tiempo ya no importaba. El pez me dejaba finalmente en una playa; allí me esperaban mis padres, mis hermanos que habían muerto antes que yo; también estaba mi hijo Fidel, fallecido a los seis meses de edad y a quien habíamos bautizado en honor al Comandante. No hubo palabras, solamente seguí andando detrás de ellos. Caminamos mucho tiempo, quizá el equivalente a varios días. Al llegar a una explanada que se habría entre la selva, todos me rodearon; me miraban, se hacían señas entre ellos y hablaban una lengua que yo no era capaz de comprender. De pronto, toda la gente fue abriendo su formación para dar paso a una vaca; nadie la dirigía, aunque era un animal algo más grande de lo normal, por todo lo demás se trataba de una vaca como cualquier otra. El mamífero se me acercó y se colocó de tal modo que su costado derecho quedó exactamente de frente a mí. Nadie me tuvo que decir lo que estaba obligado a hacer, di un salto y monté sobre su hombro. La vaca se alejó de aquel sitio siguiendo la misma ruta por la que habíamos llegado, pero en dirección opuesta. Ignoraba a donde me llevaría, sólo comprobaba que lo que contaban los ancianos de mi tierra acerca de la muerte era cierto. La vaca avanzaba con un paso lento, aunque esta vez tampoco pude precisar alguna escala de tiempo. Llegamos a la playa y se detuvo; al comprobar que no caminaría más, salté y bajé de su hombro. La vaca miraba fijamente hacia el mar, comprendí que debía seguir avanzando. Caminé en línea recta hasta que fui cubierto completamente por el mar hasta el cuello; allí, a través del agua transparente, distinguí el esbelto cuerpo del manjuarí y lo monté de nuevo. Navegábamos con la agilidad de la primera vez, aunque sentí que el tiempo de recorrido fue menor. Sorpresivamente, con un movimiento ondulante me dejó a la deriva; sentí de pronto un intenso y húmedo frío recorriendo todo mi cuerpo. Moví con desesperación brazos y piernas, logré sacar la cabeza y exhalé una refrescante bocanada de aire. Allí estaba el Granma, muy cerca de mí. Pude ver el brillo de una linterna y de pronto una cuerda golpeó mi espalada; la tomé con todas las fuerzas que tenía. Escuché aliviado la inconfundible y gangosa voz de Pichirilo – ¡lo tengo, chico, lo tengo! –. Pude oír también…”

Hasta aquí llega lo que puede leerse en el diario. Las páginas siguientes han sido arrancadas, no pierdo la esperanza de encontrarlas algún día. Él no viviría mucho más tiempo, pero sí el suficiente para desembarcar en los Cayuelos, internarse en la Sierra Maestra y librar su última batalla. Murió como un héroe, en nombre de Cuba, de la Revolución y de su natal Colón.

FIN

2 comentarios:

  1. Hola Paco,

    Me gusto mucho el cuento!!, me trae recuerdos del "viejo y el mar" de Hemingway y cuando Roque esta en la explanada un poco la magia de Pedro Paramo. No cabe duda Paco que sabes escribir y lo haces muy bien, yo percibo un gran talento y tu estilo es muy fresco y agradable a la lectura.

    Gracias por compartir tus cuentos, me llena el alma leer en espaniol y estar inmerso en estas historias.

    Quedo con gusto pendiente para los siguientes cuentos.

    Saludos amigo.

    Daniel I.

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  2. Gracias mi Dany.
    Sobre todo por las comparaciones. Hemingway y Rulfo... ¡Casi nada! Estaré subiendo varios cuentos, tantos como sea posible.
    Un abrazo sanjuanense.

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