lunes, 31 de agosto de 2009

Cuento: Tú no decides

Tú no decides
Autor: Francisco García

Vació una mirada inquisitiva a la hoja de su compañero de la banca contigua, tal vez allí encontraría alguna de las respuestas. Nada. Él estaba igual, incluso peor (¿podría alguien saber menos que ella?). Las ecuaciones que se le presentaban tomaban de pronto formas caprichosas; parecía que de la hoja surgían dragones, quimeras, dioses o semidioses. El período había pasado de largo para ella; había asistido a muy pocas clases y, por si fuera poco, el día anterior no había podido estudiar nada. El trabajo en la farmacia, como siempre, había consumido su tiempo con una voracidad insaciable. Sentía cada vez más cerca el momento de tener que abandonar la escuela. Ella se resistía a hacerlo; realmente deseaba poder estudiar Derecho, igual que su prima. Sin embargo, sus sueños se desvanecían rápidamente. No sólo iba reprobando matemáticas; tenía problemas en prácticamente todas las demás materias. Incluso en física, a poco menos de medio semestre, estaba reprobada por acumulación de faltas.

Era inútil permanecer más tiempo frente al examen. La solución a las ecuaciones nunca llegaría mágicamente y además el profe García los vigilaba como dóberman, sería imposible que alguien le pasara las respuestas. Decidió dejarlo en blanco; únicamente le hizo una mueca a García al entregárselo. Salió del salón pero decidió esperarse para hablar con García; le pediría una oportunidad para presentar el examen de nuevo, estudiaría el fin de semana para prepararlo.

Sus compañeros, uno a uno, todos con caras que reflejaban frustración, abandonaban el salón. García estaba guardando sus cosas. Él la escuchaba, aunque parecía tener mucha prisa porque acomodaba rápidamente los exámenes en un folder. Le dijo que no podía repetirle el examen sólo a ella pero que si el resultado de la mayoría de sus compañeros era negativo, entonces consideraría una segunda vuelta. Mientras decía esto último abandonaba el salón. Mirna se quedó pensativa, deseando que a muchos les hubiera mal. Levantó la mirada y vio que en el escritorio había un par de hojas; seguramente eran de García; se asomó al balcón pero ya no lo alcanzó. Se quedó pensativa y luego comenzó a leer, eran dos hojas escritas en computadora:

Tú no decides
Autor: Francisco García

Vació una mirada inquisitiva a la hoja de su compañero de la banca contigua, tal vez allí encontraría alguna de las respuestas. Nada. Él estaba igual, incluso peor (¿podría alguien saber menos que ella?). Las ecuaciones que se le presentaban tomaban de pronto formas caprichosas; parecía que de la hoja surgían dragones, quimeras, dioses o semidioses. El período había pasado de largo para ella; había asistido a muy pocas clases y, por si fuera poco, el día anterior no había podido estudiar nada. El trabajo…

El lunes siguiente, al terminar la clase, Mirna esperó a que todos se fueran. Se quedó en el salón con García. Lo encaró y arrojó las hojas al escritorio.

— ­¿Qué significa esto García?
— Pues lo que leíste, nada más ni nada menos Mirna.
— ¿Estás loco o qué chingados?
— Nada de eso Mirna, únicamente lo hago por diversión.
— ¿Quién te crees tú?
— Nadie en particular; simplemente soy Francisco García.
— ¡Por favor García! No me quiero morir. Tengo sueños. Quiero estudiar, quiero dejar de trabajar en esa pinche farmacia.
— No es nada en contra de ti; de verdad.
— ¿Pero por qué no eliges a otra persona?
— A ver Mirna. Vamos aclarando algo ¿quién te ha creado?
— Tú…
— ¡Bien! Entonces ¿Quién decide si vives o mueres? Al menos, tú lo sabes, la idea es que mueras rápidamente, no sufrirás. Piensa que podría ser peor. ¿No has pensado que pude haber decidido que te violaran, te torturaran o que el accidente te dejara parapléjica? ¿Has pensado en la infinidad de posibilidades?
— ¡Me cae que estás bien pinche loco! ¿Acaso te sientes Dios o qué chingados?
— Por supuesto que no. Simplemente te puedo decir que una de las razones por las que escribo es para vaciar mis sueños, mis ideas y, seguramente, mis frustraciones y perversiones. Para esta historia, di vida a un personaje que tiene el destino que tú ya conoces. Ahora que lo dices, quizá tengas razón, tal vez también escriba para sentirme Dios. Pero no sé para qué te digo todo esto si tú ya lo sabes Mirna. Leíste hasta el final, todo este diálogo es conocido por ti; ni una palabra más, ni una palabra menos.
— ¡Chingas a tu madre pinche loco de mierda!
— Tranquila, tranquila. Ya es hora de irte, lo sabes bien.

Bañada en lágrimas y temblando de coraje y frustración, dio media vuelta. Bajó las escaleras y salió por la puerta principal. Mientras cruzaba la avenida, un microbús se pasó la luz roja; el golpe fue seco, ni siquiera lo sintió.

1 comentario:

  1. La magia de escribir...
    ... me recordó este poema de Borges:

    ''Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
    reina, torre directa y peón ladino
    sobre lo negro y blanco del camino
    buscan y libran su batalla armada.

    No saben que la mano señalada
    del jugador gobierna su destino,
    no saben que un rigor adamantino
    sujeta su albedrío y su jornada.

    También el jugador es prisionero
    (la sentencia es de Omar) de otro tablero
    de negras noches y blancos días.

    Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
    ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
    de polvo y tiempo y sueño y agonías?''

    Lili

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